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El azar, la elección y lo que se deja al elegir en Calvino

Actualizado: 10 oct 2020



¿Cuánto de azar existe en el encuentro con un libro? ¿Qué injerencia tiene uno y su historia en esa elección? ¿Cómo pasa un libro de las sombras a la existencia? En lo que respecta a la pregunta final, en mi caso se relaciona con una librería de viejo, una portada que atrapa, una solitaria playa rocosa en un día de invierno frente al último momento de un largo viaje y un regalo de cumpleaños.

Conocía fragmentos, recortes y uno que otro cuento corto de Italo Calvino. Entonces tropezar en los estantes de la Re-Read de la calle Londres con un Picasso dibujado en una pasta dura que llevara el nombre del italiano ya auguraba algo más. Después de descubrir la joya, solo aspiras a atesorarla por siempre.

¿Qué se puede hacer el último día del viaje cuando ya agotaste la ciudad y al mismo tiempo la ciudad te ha secado a ti? Decidí tomar mi copia de El caballero inexistente y el bus que me llevara a una playa que no había visitado. Igual hacía frío y las nubes ocultaban y mostraban a capricho el sol menguante, acento diacrítico para un lugar que pierde su funcionalidad y se reinventa para ser la sala de lectura de las últimas horas en un sitio extranjero. Así consumí mi primera novela calviana ese día y subrayaba:

El recién llegado era presa de la excitación, pero una excitación distinta de la que se esperaba, de la que lo había llevado allí; o mejor dicho: era un ansia de volver a encontrar suelo bajo los pies, ahora que parecía que todo lo que tocaba sonaba a vacío.”

Me parece que siempre sucede de la misma manera. Una línea, una imagen se inserta en tu memoria, en tus vivencias, para engancharte eternamente. Con la diferencia ahora que yo era todo lo contrario a un recién llegado; casi tres meses después, el vacío que propicia la tierra extraña cala más sonoro en ausencias y la excitación se troca con desesperanza. No obstante, el dejo de ansia es similar.

A pesar de ello, el italiano tiene una parte lúdica velada en fantasía o una verosimilitud increíble, que se acerca más a mi realidad mágica latinoamericana (Italia siempre se me figuró emocionalmente tanto a mi país), pero sin caer en narraciones fantásticas o de realismo mágico, ni mucho menos surrealista o utópicas, sino “historias que, de verdaderas, al contarlas se volvían inventadas, y de inventadas, verdaderas”.

Ese humor no es otra cosa que la cualidad de dudar todo, sobre el yo y la realidad del mundo; el peso de la realidad se suplanta con lo cómico y lo lúdico, precipitándose hacia la levedad. La comicidad de la vida provoca mayor peso en los días finales y uno que otro de los pocos días de belleza completa.

Pero no voy a hablar de esa primera o última parte de la trilogía Nuestros antepasados, sino de la medular (o final, según la edición): El Barón rampante. Porque me la obsequiaron —con todo lo invaluable que eso conlleva— y ahora que la he terminado, no se puede ignorar el brillo, de ese que no puedes atesorar y se necesita externar, como una playa o una luna llena intensísima de la que quieres dar cuenta a todos.

Siempre he tenido muchas limitaciones para reseñar filmes, libros o el arte en general, porque pienso que no se pueden relatar tal cual son. Eso les haría perder el asombro que el lector debe encontrar por su cuenta, les estaría robando una parte importante de la obra. Aquello se encamina más hacia sentir que hacia estructurar o hilar sucesos. Pero quizá, si logro acercarme por otro lado, por aquel que también está allí, pero del que no se habla (a simple vista) tal vez así sí pueda decir “mira, ¿no es hermoso, no ves lo que yo veo?”

Calvino admiraba a Picasso —y no dudo que viceversa— pues el pintor podía expresar tanto tan sencillamente, mediante una imagen, a veces con un trazo. Y a eso aspiraba el escritor italiano, a lo sencillo, a dejar una imagen maravillosa en la mente de sus lectores; así como de una imagen contundente parte su literatura.

Precisamente ese significante es el que coloca en el lector con una sencillez hipnótica, de una sensibilidad exacta, que no solo nos lleva a vivenciar ese mundo burgués y decadente de finales del siglo XVIII en la Europa de las locuras, las extravagancias, de las personas insensibles y “libertarias” que buscan obtener los privilegios negados, sino que nos posiciona en el portento de su personaje, Cosimo; nos hace igualmente sentir como él, un niño obstinado que envejece siendo un niño toda su vida.

Parte del relato viaja, entre lo idílico y lo bucólico; la otra parte, su protagonista, también viaja para encontrarse, después de recogerse y aun así permanecer. Todo, su valentía y su determinación, no nos lo podría ser mejor narrado que por su hermano menor, quien lo ve de abajo hacia arriba con una admiración recalcable; ¿acaso la misma sensación que sentía el autor por el pintor malagueño?

Volviendo de nuestro viaje al inicio: respecto de las dos primeras preguntas —lo azaroso y el designio—, la elección parece en Cosimo la única realidad, la misma que lo parte y lo define:

Qué desgarramiento es vencer y saber, que ya se ha comprometido uno a continuar por el camino elegido y no se conocerá la vía de escape del que fracasa.”

Pues el azar es un río del cual no piensa beber, aunque esa elección lo (nos) aleje en una especie de desmembramiento de todo aquello a lo que nunca podrá (podremos) aprisionar.

Antes de que la vida y sus finales sorpresivos nos alcancen, atinamos acaso con la renuncia contundente a un título nobiliario, al pasado y al futuro, y sin embargo, esa renuncia otorga la elección de una forma de vida para el rampante personaje. Y es en esa acción, en ese contraste, donde se encontró él y simultáneamente se supo lejos de sí. Parece, en El Barón, una dimisión en favor del encuentro con uno mismo, pero también con el cruce del sabor de la naturaleza, con lo que puedes nombrar comunidad, con los tuyos, quienes reconoces cómo laten a tu par o con un inolvidable amante de época.

Se conocieron. Él la conoció a ella y a sí mismo, porque en realidad nunca se había conocido. Y ella lo conoció a él y a sí misma, porque aun habiéndose conocido siempre, jamás se había podido reconocer así.”


 

Texto y foto: Omar Jiménez | omar@dasein.website

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